Juan Valenzuela, militante del
Partido de Trabajadores Revolucionarios-Clase contra Clase
Hace algunos días, un compañero secundario, me planteó
que él veía que muchos activistas que participaron del movimiento estudiantil
el 2011 “habían quedado con gusto a poco” y que buscarían “agruparse” en
organizaciones políticas de izquierda. Era 27 de febrero, y estábamos en una
marcha de solidaridad con el pueblo patagón. Por allí también andaba un
estudiante de un liceo emblemático, que conocimos en una actividad del liceo
A-90 autogestionado, y que luego participó de la Escuela de Verano de la
Universidad de Chile. Este muchacho, que tendrá acaso 16 o 17 años, semanas
atrás, nos comentó que por primera vez en las últimas décadas, los secundarios
de la Escuela de Verano habían elegido delegados y se habían movilizado. En las
afueras de la USACh, y mientras gritaban contra Hinzpeter, un universitario se
les había acercado, completamente sorprendido de ver a la Escuela de Verano
organizada.
Estos hechos no son casuales. El 2011 miles de jóvenes
despertaron a la lucha, en las tomas, asambleas y barricadas. Los dirigentes
los condujeron a un callejón sin salida. Mientras en la base se apostaba por
ganar la educación gratuita ahora, Camila Vallejo, Giorgio Jackson, Camilo
Ballesteros y Jaime Gajardo argumentaban que la obtención de la gratuidad era
un proceso que tardaría varios años. Como si los tiempos de los procesos
históricos no tuvieran relación con las luchas que damos los seres humanos que
hacemos historia. En realidad, el que la gratuidad no se haya conseguido, no
tiene que ver sólo con la negativa gubernamental. La estrategia de
lucha de estos dirigentes, ligados al PC y a la Concertación, fue un factor
determinante en el hecho de que la gratuidad no se haya obtenido. Aceptar la
mesa de dialogo cuando el gobierno no daba nada –negociando, así, de rodillas-,
justificar la represión a los encapuchados, controlar burocráticamente a las
bases, todo eso debilitó la fuerza estudiantil.
Empieza el 2012 y miles de patagones pelean en Aysén,
Coyhaique y otros pueblos de la zona. Exigen sueldos diferenciados, una
universidad regional y salud de calidad, entre otras cuestiones. La carestía de
la vida fue el motor de este proceso. En el puente Ibáñez demostraron una capacidad
combativa enorme, organizando una barricada y una lucha que tuvo 14 horas a la
policía en aprietos y que la obligó a retroceder. Es sábado 3 de marzo, y los
dirigentes de la lucha –con Iván Fuentes a la cabeza- aceptaron deponer los
cortes de ruta para sentarse a dialogar. Lo comunicaron a través delos
parlamentarios UDI, PPD y RN que se reunieron con el ejecutivo ayer 2 de marzo.
Pero el pueblo patagón padece en carne propia las penurias de la zona extrema.
¿Qué ocurrirá? Y en el resto del país ¿surgirán movilizaciones en apoyo? Los
sindicatos obreros ¿realizarán algún tipo de acción? Y en la propia región ¿por
qué no han paralizado organizadamente los obreros del salmón, los mineros y los
trabajadores públicos? Una vez más: el que las cosas ocurran de uno u otro
modo, no depende de ninguna “voluntad divina”, sino de las relaciones entre
seres humanos vivientes, que luchan e interactúan, de las múltiples voluntades
en colisión, determinadas por sus condiciones materiales de vida, de las
políticas que se plantean, de las estrategias que se siguen. No es indiferente
para el curso de las cosas, quién dirija un proceso, o que hayan
revolucionarios organizados en un sector social determinado. Que a la cabeza
del pueblo patagón esté un Iván Fuentes, que confía en el rol mediador de los
parlamentarios, que a la cabeza de la CUT esté un Arturo Martínez que acaba de
firmar un pacto con la CPC, no es sólo un reflejo de la
situación actual de la clase obrera y los oprimidos, sino también un factor activo que incide en
el proceso histórico obstaculizando el fortalecimiento de los trabajadores y
pobres.
Por eso los que consideramos que estas luchas –que se
hacen cada vez más cotidianas en Chile- deben apuntar a transformarse en una
lucha de clases que busque derrotar a los empresarios, y acabar con la
explotación, es decir, a una revolución, la que no puede darse si los
trabajadores –la única fuerza capaz de asestarle un golpe letal al
capitalismo-, no se constituyen como sujeto político independiente; nos
organizamos políticamente e
intentamos poner en pie un partido revolucionario de trabajadores. Eso es la
militancia. Organizarnos, para dar cotidianamente la pelea por conseguir el
objetivo revolucionario. Destinar la vida, las energías, recursos y las
capacidades, a la lucha contra los explotadores y sus políticos, como parte de
una lucha internacional contra los empresarios.
Los trotskistas además aprendemos de la historia de la
lucha de clases. Estudiamos las revoluciones pasadas, triunfantes o derrotadas.
Aprendemos a analizar la sociedad con las herramientas del marxismo. Todo esto
porque nos interesa afilar nuestras armas en la lucha actual contra los
explotadores, elaborar estrategias, tácticas, preparando cada batalla y la
serie de batallas, con el fin de que la voluntad de los trabajadores y
oprimidos predomine sobre la voluntad de los explotadores. Y más allá aún, con
el objetivo de poner en pie una sociedad comunista, libre de toda explotación.
Todo esto no es el objetivo del PC. Ellos confían en la
Concertación. Desviaron la lucha del 2011 al parlamento. Acallan las críticas
con matonaje, por ejemplo en el anterior Congreso de la CUT. Impiden que la
clase trabajadora confíe en sus propias capacidades. Por su parte las
corrientes “populares” terminan subordinándose al PC. ¿Acaso la llamada “ultra”
de la CONFECH no tiene responsabilidad en que Camila Vallejo y Giorgio Jackson
no perdieran el control del movimiento estudiantil? ¿O acaso Alfredo Vielma no
apareció también diciendo algo muy similar a Vallejo, que la gratuidad de la
educación era una demanda radical que no se obtendría con la lucha del año
pasado? Además, los grupos populares, hablan del “pueblo” en general, sin
diferenciar que en su interior la clase trabajadora, que pone en movimiento las
palancas de la sociedad, debe asumir un rol dirigente en la lucha
revolucionaria. Y muchas veces sustituyen con golpes de efecto, la lucha de
clases. Con eso tampoco colaboran a que los explotados ganen confianza en sus
propias fuerzas.
Los trotskistas buscamos poner en pie un partido obrero de combate. Todo lo
que hacemos se subordina al objetivo de destruir el poder capitalista, y que
los trabajadores tomen el poder. La autoorganización de los explotados y
oprimidos con métodos de democracia directa y la completa independencia
política de la clase trabajadora, son claves. Todos esos jóvenes que quedaron
“con gusto a poco”, y quieren organizarse para dar una lucha de largo aliento,
tienen la tarea de conocer las diversas estrategias que hay en la izquierda, y decidir.
Sabemos que nos encontraremos con cientos o miles, ahora que se ha abierto un
nuevo momento de la lucha de clases.
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